Sonríele a la vida

Sonríele a la vida

miércoles, 31 de octubre de 2012

Misterios de Madrid. Cañizares 6






Era una época distinta, corría el año 2001 en Madrid y había alegría en la calle; se compraban y se vendían casas cada día, y yo quería venirme de las Rozas a Madrid definitivamente porque tenia una niña pequeña que apenas veía a su padre por la amplitud de su jornada de trabajo entonces.

Alguien me llamo para ofrecerme un chollo y me dijo que si no especulaba, me vendía una casa singular que le iba a entrar, y que era algo muy especial, pero que tenia que ser para mi, sin usarla como negocio especulativo, o no me la enseñaba.  Y apuntó que me iba a encantar, como así fue...
Quedamos un día primaveral soleado en ir a verla, y allí fuimos.
Fue impactante. Era impresionante, unos mil quinientos metros de palacio en el centro de Madrid y con una solera indescriptible. Estaba muy mal gestionada por sus dueños, y llena de gente y enseres por todos lados, pero era un gran palacio con siete protecciones oficiales, que sobrecogía a pesar de todo; e impresionaban su portalón y paso de carruajes en mármol rojo con dos maravillosos apliques en bronce, sus puertas interiores de maderas nobles, emplomadas en cristal multicolor, su patio andaluz de mármol blanco con su fuente en medio copia de la Alhambra,  rodeada de sus cuatro paredes hechas de  policromías árabes con oro, coronado todo por un techo de cristal multicolor de unos cien metros cuadrados que le daba un aspecto mágico. Algunos muebles aun conservaban todo el gran esplendor vivido en el pasado. Había un maravilloso ascensor, pequeño, todo de madera de caoba, con banquito para descansar dentro, y la parte alta cristales biselados en los tres lados. Lucian dos grandísimas lámparas solemnes de cristal y bronce, que le daban a los salones aspecto de palacio de Sissi, e incluso contaba con la clásica armadura española que miraba inmune la vida, en la mitad de la señorial escalera. 
Algunas paredes del salón de la chimenea lucia telas en sedas malvas, dentro de cuarterones de escayola, maravillosos, y se percibía como un gran tesoro escondido y desconocido, pleno de historia de Madrid, en la zona de Atocha, lindando con la Iglesia de los Dominicos del Santo Cristo del Olivar.
La visión de emoción de aquella mañana soleada se ensombreció, porque sufrí en cuanto entre allí, tal dolor de cabeza que me impidió estar mucho rato dentro y me obligo a sentarme en la acera de la calle, y casi a tener que ir al hospital. Ese fue el comienzo de mis historia.
Compramos la casa y me encontré que mas que irse, habían huido los anteriores dueños;  ya que, tras pactar el precio de algunas cosas extras, me dejaron allí esas y todas las demás, incluido toda la basura de mucha gente por decenas de años. Ropas personales y todo tipo de cachiperres variados había por todos lados, vinos copas, cornamentas, alfombras, y guarrerias mil. 

Nunca, bajo diferentes y variadas excusas, me enseñaron  todas las partes que componían aquella casa antes de pagarla y escriturarla. La parte alta, frente a la puerta principal que da a Cañizares no la vi ni una sola vez hasta tener las llaves en mi poder, por lo que me sorprendió mucho encontrarme una zona interior blindada por puertas acorazadas y cerraduras fichet, que incluía un dormitorio, un saloncito de estar y un cuarto de baño. Pensé sin hacer mucho reparo en ese momento, en que tipo de miedo puede tener alguien, para bloquearse de tal manera, dentro de una zona de una casa, en la que se supone, vives con tu familia.
En las negociaciones y las varias visitas previas nunca supe quien era aquella señora que, contaban, era la madre de la familia Benedicto que vivía en esa zona acorazada, que no quería ser vista por sus aspecto anciano.
Desde el primer instante cada vez que entraba en aquella casa mi salud y aspecto desmejoraban, sintiéndome a morir, con dolores de cabeza permanentes, pero sobre todo me dejaba sin energía, como si me la aspirase.
No fui consciente de que ese dato no fuera puntual,  ni relacionado con ese lugar y empecé las labores de vaciado y posible habitabilidad. 
Vez tras vez, fuese con los restauradores, la de las cocinas o quien fuera, no podía estar mas de una hora dentro, porque me sentía extenuada sin poder evitarlo ni explicarlo.
Nos dejaron de regalo un portero que vivía allí hacia siete años, del que no me fiaba, por su tétrico aspecto acorde a la casa, y porque pensé que tocaba todo, tanto que había abajo unas rejas que rodeaban todo el patio andaluz, y unas en especial las de la derecha, que daban a un señorial despacho de epoca antiquísima con muebles muy pesados de madera casi negra, que yo cerraba cada día,  y al día siguiente estaban abiertas; una y otra y cientos de veces mas.  Igual que el ascensor, hidráulico, que dejaba en la planta baja y que siempre que volvía, estaba irremisiblemente en la planta alta.

Al fin la casa estaba vacía de gente, ya no había obras, personas por ahí ni portero. Era mía, y le habíamos cambiado la cerradura al único portalón de acceso desde la calle. Solo yo tenia el control de todo aquel edificio. Y es ahí cuando empiezo a relacionar seriamente unos hechos con otros. Mis hijos nunca querían pasar  de la conserjería de entrada, a pesar de estar llena de multitud de cosas para inspeccionar y revolver, donde mi hija mayor se sentaba el tiempo que estuviéramos, y como a mi, le salían ojeras muy marcadas acompañas de fuerte dolor de cabeza. 
Mientras andaba en la ilusión y los movimientos del ajetreo  de hacer un baño  actual en uno de los dormitorios nobles de la parte alta que daba a la calle Cañizares, empezaron a hilarse cosas extrañas y reales, con sueños horribles diarios que  me hacían sentir que esa casa no tenia nada que ver conmigo….
 La casa tenia una capilla, al fondo a la derecha, 
llena de humedad por la falta de mantenimiento y con un montón enorme de basura variada en el centro , donde entre mil cosas variadas encontré un cuchillo de cazador, manchada aun la hoja de sangre.


Fue una temporada llena de sobresaltos para mi; gente contratada de confianza, que no quería estar porque oía ruidos, luces que se apagan porque casquillos nuevos recién apretados se desenroscaban solos, puertas de rejas que cada día se cerraba y aparecían abierta el día después, y la estrella de la casa, el ascensor, que se movía solo. Cada vez que estabas allí y mientras subías a la planta alta por la escalera, el ascensor, vacío aparentemente, subía a la vez.
 
Hablar de energías para quienes no las han sentido, se que puede sonar ridículo, pero había una zona que no podías atravesarla sin sentir escalofríos y angustia vital, precisamente por la densidad de energía negativa acumulada;  y era el paso del salón principal, por delante del ascensor, camino del comedor principal. Era como pasar delante de 100 personas que te odian. 
Harta de sueños terribles, asociando hechos y sensaciones y sobre todo, muy preocupada por la presión intima de sentir que ahí había algo que no podía explicar, sin parecer que me estaba trastornando, decidí poner, tras dos o tres meses solo desde la entrega de llaves, la casa en venta.  Espere al ultimo día de Agosto que viniera el amigo de una conocidísima agencia que fue quien me la cedió, para decirle que no era por especular, sino porque no quería vivir allí. Me ofreció dinero, si lo necesitaba para restaurarla, me ofreció ayuda e incluso que hiciéramos un negocio juntos a medias, de restaurarla y venderla  a un precio mas acorde  a lo que valía, después; pero yo no quería.  Solo quería deshacerme de ella lo antes posible y ni siquiera quería llevarme ya los muebles de pan de oro que les había comprado, ni las caobas de las consolas, ni nada que oliera a aquella maldita casa.

Me costo venderla unos meses, lógico por su tamaño enorme, aunque era un regalo en precio. Pero la vendí y fue un día de esos en la vida en los que te sientes feliz por la liberación. Tenia sensación de destrucción, cerca de aquel palacio, además de muchas cosas que contar que darían miedo… pasos de hombre largos y poderosos crujiendo las viejas lamas de la tarima de madera, cruzando una parte de la casa cuando solo yo estaba allí dentro, balanceos del fluorescente colgado en la conserjería,  tras oír un estruendo procedente de arriba como el que haría al caerse un armario de cuatro cuerpos al suelo,  o las persistente rejas que vez tras vez, día tras día se abrían solas en ese gran patio, o puertas que solo se entreabrían tras de mi sin nadie que las sujetaran a mi espalda, fueron algunas cosas que pasaron allí aquel verano en mi aventura en esa inquietante casa. 
 
Llego el día de escriturar la venta.

Se reían los de la conocida agencia, pero no me decían por que. Pensaba que sería de mi, por vender semejante maravilloso palacio; pero me daba igual porque me lo quitaba al fin de encima. Me dijo en la notaria el ilusionado comprador, tan contento como lo estuve yo solo unos meses atrás,  y que era el representante para España de una conocidísima marca de muebles, que pensaba hacer una exposición de muebles modernos/clasicos  en la planta de calle, y arriba iban a vivir a modo de guardeses, sus suegros. Le dije al mas cercano de los míos, que eso no iba a suceder, porque la casa no quería. Y así fue, nunca paso. Nunca se hizo el plan y este señor al que perdí la pista, la puso en venta creo que un año mas tarde.
Tiempo después me entere de qué se reían los agentes inmobiliarios aquel día de la escritura. Me contaron que iban tan asustados a enseñarla que iban de cuatro en cuatro y que mientras dos enseñaban la parte de abajo, dos la de arriba porque “el ascensor  tenia vida propia y subía solo, como vigilándoles”. 

Después de aquella experiencia decidí que jamás volvería a comprar una casa antigua ni ninguna donde hubiera vivido alguien antes. Y así ha sido.
No quería volver a ir,  y de hecho no volví a pisar la zona de Atocha. 
Me contaron que con la apertura de mano del ayuntamiento por las candidaturas de Madrid a lo juegos olímpicos, habían abierto la mano legal y les habían dejado  reformarla como quisieron,  y hacer un Hostel que es lo que querían los nuevos compradores.

En estos días me he enterado que de nuevo esta en venta y casualidades del destino, el que hoy es ya amigo, Carlos Portal, aquel chico agente inmobiliario que la tuvo en venta siendo mía, le  ha vuelto a caer de nuevo, y desde hace unos días me estaba animando a ir a verla tras diez años que han pasado, para ver si me gustaba lo que habían hecho con ella.
Ayer fui y entre de nuevo. No dure dentro de la casa ni media hora. La sensación continúa igual, empezó a dolerme la cabeza y las ojeras aparecieron, entonces recordé el aturdimiento que me produce esa concentración masiva de energía cargada de negatividad, y no di tiempo a mas, porque ¿para que?.

Jamás volveré a tener ninguna casa igual de maravillosa e indescriptible como era esa cuando yo la encontré, pero no me he arrepentido ni un solo segundo de venderla.


No soy experta en la materia ni siquiera estoy interesada, pero se que el pasado de esa casa esconde secretos terribles que se mantienen allí, no se de que manera,  y que alguien desvelara alguna vez.     

 M.C
¡Nunca seremos más jóvenes que hoy,
ni estaremos más vivos!

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