Era una época distinta,
corría el año 2001 en Madrid y había alegría en la calle; se compraban y se
vendían casas cada día, y yo quería venirme de las Rozas a Madrid
definitivamente porque tenia una niña pequeña que apenas veía a su padre por la
amplitud de su jornada de trabajo entonces.
Alguien me llamo para
ofrecerme un chollo y me dijo que si no especulaba, me vendía una casa singular
que le iba a entrar, y que era algo muy especial, pero que tenia que ser para
mi, sin usarla como negocio especulativo, o no me la enseñaba. Y apuntó que me iba a encantar, como así fue...
Quedamos un día primaveral
soleado en ir a verla, y allí fuimos.
Fue impactante. Era
impresionante, unos mil quinientos metros de palacio en el centro de Madrid y
con una solera indescriptible. Estaba muy mal gestionada por sus dueños, y
llena de gente y enseres por todos lados, pero era un gran palacio con siete
protecciones oficiales, que sobrecogía a pesar de todo; e impresionaban su
portalón y paso de carruajes en mármol rojo con dos maravillosos apliques en
bronce, sus puertas interiores de maderas nobles, emplomadas en cristal
multicolor, su patio andaluz de mármol blanco con su fuente en medio copia de
la Alhambra, rodeada de sus cuatro
paredes hechas de policromías árabes con
oro, coronado todo por un techo de cristal multicolor de unos cien metros
cuadrados que le daba un aspecto mágico. Algunos muebles aun conservaban todo el
gran esplendor vivido en el pasado. Había un maravilloso ascensor, pequeño, todo
de madera de caoba, con banquito para descansar dentro, y la parte alta cristales biselados en los tres lados. Lucian dos grandísimas lámparas solemnes de cristal y
bronce, que le daban a los salones aspecto de palacio de Sissi, e incluso contaba con la clásica armadura española que
miraba inmune la vida, en la mitad de la señorial escalera.
Algunas paredes del salón de la chimenea lucia telas en sedas malvas, dentro de cuarterones de escayola, maravillosos, y se percibía como un gran tesoro escondido y desconocido, pleno de historia de Madrid, en la zona de Atocha, lindando con la Iglesia de los Dominicos del Santo Cristo del Olivar.
Algunas paredes del salón de la chimenea lucia telas en sedas malvas, dentro de cuarterones de escayola, maravillosos, y se percibía como un gran tesoro escondido y desconocido, pleno de historia de Madrid, en la zona de Atocha, lindando con la Iglesia de los Dominicos del Santo Cristo del Olivar.
La visión de emoción de aquella mañana soleada se ensombreció, porque sufrí en cuanto entre allí, tal
dolor de cabeza que me impidió estar mucho rato dentro y me obligo a sentarme en la acera de la calle, y casi a tener que ir
al hospital. Ese fue el comienzo de mis historia.
Compramos la casa y me
encontré que mas que irse, habían huido los anteriores dueños; ya que, tras pactar el precio de algunas cosas
extras, me dejaron allí esas y todas las demás, incluido toda la basura de mucha gente por decenas de
años. Ropas personales y todo tipo de cachiperres variados había por todos lados, vinos copas, cornamentas, alfombras, y guarrerias mil.
Nunca, bajo diferentes y variadas excusas, me enseñaron todas las partes que componían aquella casa antes de pagarla y escriturarla. La parte alta, frente a la puerta principal que da a Cañizares no la vi ni una sola vez hasta tener las llaves en mi poder, por lo que me sorprendió mucho encontrarme una zona interior blindada por puertas acorazadas y cerraduras fichet, que incluía un dormitorio, un saloncito de estar y un cuarto de baño. Pensé sin hacer mucho reparo en ese momento, en que tipo de miedo puede tener alguien, para bloquearse de tal manera, dentro de una zona de una casa, en la que se supone, vives con tu familia.
Nunca, bajo diferentes y variadas excusas, me enseñaron todas las partes que componían aquella casa antes de pagarla y escriturarla. La parte alta, frente a la puerta principal que da a Cañizares no la vi ni una sola vez hasta tener las llaves en mi poder, por lo que me sorprendió mucho encontrarme una zona interior blindada por puertas acorazadas y cerraduras fichet, que incluía un dormitorio, un saloncito de estar y un cuarto de baño. Pensé sin hacer mucho reparo en ese momento, en que tipo de miedo puede tener alguien, para bloquearse de tal manera, dentro de una zona de una casa, en la que se supone, vives con tu familia.
En las negociaciones y
las varias visitas previas nunca supe quien era aquella señora que, contaban, era la
madre de la familia Benedicto que vivía en esa zona acorazada, que no quería ser
vista por sus aspecto anciano.
Desde el primer instante
cada vez que entraba en aquella casa mi salud y aspecto desmejoraban, sintiéndome
a morir, con dolores de cabeza permanentes, pero sobre todo me dejaba sin energía, como si me la aspirase.
No fui consciente de que
ese dato no fuera puntual, ni relacionado con ese lugar y empecé las labores de
vaciado y posible habitabilidad.
Vez tras vez, fuese con los restauradores, la de las cocinas o quien fuera, no podía estar mas de una hora dentro, porque me sentía extenuada sin poder evitarlo ni explicarlo.
Vez tras vez, fuese con los restauradores, la de las cocinas o quien fuera, no podía estar mas de una hora dentro, porque me sentía extenuada sin poder evitarlo ni explicarlo.
Nos dejaron de regalo un
portero que vivía allí hacia siete años, del que no me fiaba, por su tétrico aspecto acorde a la casa, y porque
pensé que tocaba todo, tanto que había abajo unas rejas que rodeaban todo el patio
andaluz, y unas en especial las de la derecha, que daban a un señorial despacho de epoca antiquísima con muebles muy pesados de madera casi negra, que yo cerraba cada día, y al
día siguiente estaban abiertas; una y otra y cientos de veces mas. Igual que
el ascensor, hidráulico, que dejaba en la planta baja y que siempre que volvía, estaba irremisiblemente en la planta alta.
Al fin la casa estaba vacía de gente, ya no había obras, personas por ahí ni portero. Era mía, y le habíamos cambiado la cerradura al único portalón de acceso desde la calle. Solo yo tenia el control de todo aquel edificio. Y es ahí cuando empiezo a relacionar seriamente unos hechos con otros. Mis hijos nunca querían pasar de la conserjería de entrada, a pesar de estar llena de multitud de cosas para inspeccionar y revolver, donde mi hija
mayor se sentaba el tiempo que estuviéramos, y como a mi, le salían ojeras muy marcadas acompañas de fuerte dolor de cabeza.
Mientras andaba en la ilusión y los movimientos del ajetreo de hacer un baño actual en uno de los dormitorios nobles de la parte alta que daba a la calle Cañizares, empezaron a hilarse cosas extrañas y reales, con sueños horribles diarios que me hacían sentir que esa casa no tenia nada que ver conmigo….
Mientras andaba en la ilusión y los movimientos del ajetreo de hacer un baño actual en uno de los dormitorios nobles de la parte alta que daba a la calle Cañizares, empezaron a hilarse cosas extrañas y reales, con sueños horribles diarios que me hacían sentir que esa casa no tenia nada que ver conmigo….
La casa tenia una capilla, al fondo a la
derecha,
llena de humedad por la falta de mantenimiento y con un montón enorme de basura variada en el centro , donde entre mil cosas variadas encontré un cuchillo de cazador, manchada aun la hoja de sangre.
llena de humedad por la falta de mantenimiento y con un montón enorme de basura variada en el centro , donde entre mil cosas variadas encontré un cuchillo de cazador, manchada aun la hoja de sangre.
Fue una temporada llena
de sobresaltos para mi; gente contratada de confianza, que no quería estar porque oía ruidos,
luces que se apagan porque casquillos nuevos recién apretados se desenroscaban
solos, puertas de rejas que cada día se cerraba y aparecían abierta el día
después, y la estrella de la casa, el ascensor, que se movía solo. Cada vez que
estabas allí y mientras subías a la planta alta por la escalera, el ascensor,
vacío aparentemente, subía a la vez.
Hablar de energías para
quienes no las han sentido, se que puede sonar ridículo, pero había una zona
que no podías atravesarla sin sentir escalofríos y angustia vital, precisamente
por la densidad de energía negativa acumulada; y
era el paso del salón principal, por delante del ascensor, camino del comedor
principal. Era como pasar delante de 100 personas que te odian.
Harta de sueños
terribles, asociando hechos y sensaciones y sobre todo, muy preocupada por la
presión intima de sentir que ahí había algo que no podía explicar, sin parecer
que me estaba trastornando, decidí poner, tras dos o tres meses solo desde la
entrega de llaves, la casa en venta. Espere al ultimo día de Agosto que viniera el
amigo de una conocidísima agencia que fue quien me la cedió, para decirle que no era por
especular, sino porque no quería vivir allí. Me ofreció dinero, si lo necesitaba
para restaurarla, me ofreció ayuda e incluso que hiciéramos un negocio juntos a
medias, de restaurarla y venderla a un
precio mas acorde a lo que valía, después; pero yo no quería.
Solo quería deshacerme de ella lo antes posible y ni siquiera quería llevarme
ya los muebles de pan de oro que les había comprado, ni las caobas de las
consolas, ni nada que oliera a aquella maldita casa.
Me costo venderla unos
meses, lógico por su tamaño enorme, aunque era un regalo en precio. Pero la vendí y
fue un día de esos en la vida en los que te sientes feliz por la liberación.
Tenia sensación de destrucción, cerca de aquel palacio, además de muchas cosas
que contar que darían miedo… pasos de hombre largos y poderosos crujiendo las
viejas lamas de la tarima de madera, cruzando una parte de la casa cuando solo
yo estaba allí dentro, balanceos del fluorescente colgado en la
conserjería, tras oír un estruendo procedente
de arriba como el que haría al caerse un armario de cuatro cuerpos al suelo, o las persistente rejas que vez tras vez, día
tras día se abrían solas en ese gran patio, o puertas que solo se entreabrían
tras de mi sin nadie que las sujetaran a mi espalda, fueron algunas cosas que
pasaron allí aquel verano en mi aventura en esa inquietante casa.
Llego el día de
escriturar la venta.
Se reían los de la
conocida agencia, pero no me decían por que. Pensaba que sería de mi, por vender
semejante maravilloso palacio; pero me daba igual porque me lo quitaba al fin de
encima. Me dijo en la notaria el ilusionado comprador, tan contento como lo
estuve yo solo unos meses atrás, y que era el representante para España de una conocidísima marca
de muebles, que pensaba hacer una exposición de muebles modernos/clasicos en la planta
de calle, y arriba iban a vivir a modo de guardeses, sus suegros. Le dije al
mas cercano de los míos, que eso no iba a suceder, porque la casa no quería. Y
así fue, nunca paso. Nunca se hizo el plan y este señor al que perdí la pista,
la puso en venta creo que un año mas tarde.
Tiempo después me entere
de qué se reían los agentes inmobiliarios aquel día de la escritura. Me
contaron que iban tan asustados a enseñarla que iban de cuatro en cuatro y que mientras dos enseñaban la parte de abajo, dos la de arriba porque “el ascensor tenia vida propia y subía solo, como
vigilándoles”.
Después de aquella
experiencia decidí que jamás volvería a comprar una casa antigua ni ninguna
donde hubiera vivido alguien antes. Y así ha sido.
No quería volver a ir, y
de hecho no volví a pisar la zona de Atocha.
Me contaron que con la apertura de mano del ayuntamiento por las candidaturas de Madrid a lo juegos olímpicos, habían abierto la mano legal y les habían dejado reformarla como quisieron, y hacer un Hostel que es lo que querían los nuevos compradores.
Me contaron que con la apertura de mano del ayuntamiento por las candidaturas de Madrid a lo juegos olímpicos, habían abierto la mano legal y les habían dejado reformarla como quisieron, y hacer un Hostel que es lo que querían los nuevos compradores.
En estos días me he
enterado que de nuevo esta en venta y casualidades del destino, el que hoy es ya
amigo, Carlos Portal, aquel chico agente inmobiliario que la tuvo en venta siendo mía, le ha vuelto a caer de nuevo, y desde
hace unos días me estaba animando a ir a verla tras diez años que han pasado,
para ver si me gustaba lo que habían hecho con ella.
Ayer fui y entre de
nuevo. No dure dentro de la casa ni media hora. La sensación continúa igual, empezó a
dolerme la cabeza y las ojeras aparecieron, entonces recordé el aturdimiento
que me produce esa concentración masiva de energía cargada de negatividad, y no
di tiempo a mas, porque ¿para que?.
Jamás volveré a tener
ninguna casa igual de maravillosa e indescriptible como era esa cuando yo la
encontré, pero no me he arrepentido ni un solo segundo de venderla.
No soy experta en la
materia ni siquiera estoy interesada, pero se que el pasado de esa casa esconde
secretos terribles que se mantienen allí, no se de que manera, y que alguien desvelara alguna vez.
M.C